La Dirección General de Cultura ha incoado expediente para la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC), con carácter inmaterial, las llamadas mascaradas de invierno.

Estas fiestas, en las que los participantes se disfrazan y meten ruido con zumbas, rutones y cencerros, están vinculadas al fin y al comienzo de un nuevo ciclo anual y se celebran tradicionalmente en ámbitos rurales de Cantabria.

Entre ellas se encuentran la Vijanera de Silió, los carnavales de Piasca, los zamarrones de Los Carabeos (en Valdeprado del Río), las Marzas de Soba y el carnaval de Polaciones.

En el acuerdo de incoación, publicado en el Boletín Oficial de Cantabria (BOC), se argumenta que las mascaradas rurales de invierno, como patrimonio cultural intangible, contribuyen al reforzamiento de la identidad de la población de Cantabria.

Constituyen una manifestación antropológica de rituales festivos agrarios que dota a la comunidad de valores diferenciales y perpetúa el bagaje cultural propio.

Estas celebraciones están relacionadas con el comienzo del ciclo anual y la confusión temporal que esto provoca, lo que se ritualiza mediante diversos actos en los que, necesariamente, participan el ruido y el disfraz.

Diversas investigaciones antropológicas y etnográficas han identificado en estas mascaradas invernales trazas y comportamientos que tienen antecedentes en las sociedades campesinas, que hunden sus raíces en tiempos arcaicos de la antigüedad y/o las primeras sociedades productoras.

El ritual festivo carnavalesco, antiguamente restringido en su protagonismo a las cuadrillas masculinas de mocedad, genera un ambiente de desorden y caos propio de la mascarada, con gestos de equívoco sexual y ritos de delimitación del territorio propio; momentos en los que se presta a la crítica y la burla de la actualidad corriente, junto con el estruendo del ruido, que espanta al invierno y llama al nuevo ciclo agrario, y que favorece el caos que precederá al natural restablecimiento del orden y la renovación del ciclo, y que conforman un fenómeno de vindicación de la identidad y sociabilidad de la comunidad asociada a un territorio.

En estas mascaradas rurales de invierno no sólo se reconocen valores de herencia cultural intangible sino que se suman otros como la tradición oral, la representación y escenificación (coplas y comparsas), manifestaciones musicales y sonoras y formas de sociabilidad y comidas.

La supervivencia de estas manifestaciones culturales se encuentra muy comprometida, debido a que las comunidades que las sostenían van desapareciendo por razones demográficas; son comunidades escasísimas en número de vecinos y muy ancianas, en medios sociodemográficos deprimidos.

En Cantabria perduran relativamente pocos lugares en los que aún se celebran estos carnavales. Son aquellos que han permanecido un tanto apartados de las corrientes innovadoras provenientes de las ciudades y que se circunscriben, principalmente, a los valles y las comunidades rurales del interior, muy apegados a las costumbres campesinas de mayor raigambre tradicional.

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